Beth abrió un ojo. Después el otro. Poco a poco. El
despertador no paraba de sonar. Una y otra vez ese horrible sonido que la
sacaba de sus sueños, ese objeto maligno creado para destruirle el trabajo de
toda una noche. Metió la cabeza debajo de la almohada... no paraba de sonar...
¿porque inventaron ese aparato tan insoportablemente útil pero irritante?
Volvió a mirar hacia la mesilla, ahí estaba, tan redondito como falso. Y
seguía. Sabía que si lo apagaba no lograría levantarse de la cama, y llegaría
tarde al trabajo, y su jefe no estaba para soportarle otro día ocupando su
puesto de trabajo... tarde... No, esta vez sería la primera en llegar. El
horrible sonido seguía taladrándome la cabeza, Finalmente decidió alargar el
brazo y apagarlo. Ahora venía lo realmente imposible, levantarse de cama. Miró
la hora, las ocho menos cuarto. Calculando bien, si se quedaba en la cama unos
quince minutos más, después le daría tiempo a ducharse y salir corriendo al
trabajo, pero sin desayunar claro está... Y si desayunaba, tendría que llevar
esa maraña comúnmente denominada pelo sin lavar. Finalmente apartó las sabanas
que se negaban a abandonar su cuerpo y puso un pie en el suelo, sabía que si se
levantaba en ese momento podría desayunar y lavarse el pelo también. Aparto el
mechón de paja de la frente y con los ojos aun entrecerrados miró hacia el
pasillo. Solo un pequeño esfuerzo y ya estaría empezado el día, lista para la
rutina. En ese momento, oyó el cascabel del chico que le traía los periódicos
los domingos. Y acto seguido, se dejó
caer hacia atrás maldiciéndose y maldiciendo el maldito despertador y su manía de cobrarse el tiempo incluso en fines de semana...
Foto y texto originales de Caroline A. N.
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